EL DUELO Y SUS DESTINOS
La experiencia de duelo es de notable interés para el psicoanálisis debido a las implicaciones clínicas y teóricas que suponen las vivencias de pérdida.
Cuando Sigmund Freud abordó el tema del estremecimiento radical que sufre el sujeto ante pérdidas, percibe que toda la estructura psíquica y toda la posición vital de existencia son puestas en entredicho. Llega a reconocer inicialmente su perplejidad e incomprensión ante la extrema afectación que muestran las personas ante la pérdida de personas o situaciones amadas. Su visión del problema fue desarrollada en su ensayo Duelo y Melancolía (1917), a veces traducido como la Aflicción y la Melancolía.
Antes de avanzar en el tema, es pertinente y justo reconocer algunas circunstancias y temas que lo ocupaban, así como el aporte de colegas, especialmente Kart Abraham.
Antes de 1917, ya Freud había sufrido la muerte de su padre (1896), a la que calificó como el acontecimiento más importante en la vida de un hombre (Prólogo a la II Edición de la Interpretación de Los Sueños). En 1911 y en 1914 mueren sus dos medios hermanos y en 1915, escribe “Pensamientos para los tiempos de guerra y muerte”, abrumado por los horrores de la Primera Guerra Mundial, en la que tres de sus hijos estuvieron involucrados.
Por otra parte, ya ha escrito Introducción al Narcisismo (1914), de considerable pertinencia para la comprensión de cuadros melancólicos severos. En la nota introductoria de James Strachey a Duelo y Melancolía en la edición de sus Obras Completas, afirma que: “El presente artículo puede considerarse en verdad, una extensión del trabajo sobre narcisismo que Freud escribiera un año antes”.
La redacción de su fundacional trabajo, estuvo precedida de un interesante intercambio con colegas contemporáneos como Sandor Ferenczy, Lou Andreas Salome, Victor Tausk y Karl Abraham., que aparecen desarrollados en el trabajo “Duelo y Melancolía: la génesis de un texto y un concepto”, de la psicoanalista francesa Martine Lussier. De todos, el aporte de Abraham luce como el más relevante en tanto conecta el estadio oral con los procesos básicos de identificación y adicionalmente, su polémico trabajo sobre la “madre mala”, que aborda el tema de la ambivalencia pulsional hacia el objeto ( Abraham y su descubrimiento de la “Madre Mala”. U May 2003).
Un Modelo de Duelo.
Tradicionalmente, se reconoce en la clínica psiquiátrica, un proceso de duelo como respuesta a las pérdidas significativas, que admite varias fases, aunque estas no necesariamente se sucedan de manera secuencial , ni lineal.
a) Una fase inicial: El impacto psíquico de la pérdida puede producir un estado de perplejidad, donde predomina una negación o una incapacidad de reconocer el hecho acaecido.
b) Una fase de contacto con la realidad de la pérdida, en la que sobrevienen sentimientos de dolor, tristeza, llanto, culpa, vacío y fantasías de correr la misma suerte del fallecido. Se acompaña de alteraciones de los ritmos biológicos de hambre y sueño, dolencias somáticas, apatía sexual, pesimismo, etc.
c) Una fase de recuperación, en la que se van atenuando los síntomas de la fase anterior y se va reinstalando, progresivamente, el interés por el quehacer habitual y el plan personal.
d) Una fase de resolución o conclusión del duelo, en la que se acepta la pérdida, se reconoce lo que sigue indemne y se aplica la líbido (energía o interés vital), a otros objetos.
La experiencia de duelo es de notable interés para el psicoanálisis debido a las implicaciones clínicas y teóricas que suponen las vivencias de pérdida.
Cuando Sigmund Freud abordó el tema del estremecimiento radical que sufre el sujeto ante pérdidas, percibe que toda la estructura psíquica y toda la posición vital de existencia son puestas en entredicho. Llega a reconocer inicialmente su perplejidad e incomprensión ante la extrema afectación que muestran las personas ante la pérdida de personas o situaciones amadas. Su visión del problema fue desarrollada en su ensayo Duelo y Melancolía (1917), a veces traducido como la Aflicción y la Melancolía.
Antes de avanzar en el tema, es pertinente y justo reconocer algunas circunstancias y temas que lo ocupaban, así como el aporte de colegas, especialmente Kart Abraham.
Antes de 1917, ya Freud había sufrido la muerte de su padre (1896), a la que calificó como el acontecimiento más importante en la vida de un hombre (Prólogo a la II Edición de la Interpretación de Los Sueños). En 1911 y en 1914 mueren sus dos medios hermanos y en 1915, escribe “Pensamientos para los tiempos de guerra y muerte”, abrumado por los horrores de la Primera Guerra Mundial, en la que tres de sus hijos estuvieron involucrados.
Por otra parte, ya ha escrito Introducción al Narcisismo (1914), de considerable pertinencia para la comprensión de cuadros melancólicos severos. En la nota introductoria de James Strachey a Duelo y Melancolía en la edición de sus Obras Completas, afirma que: “El presente artículo puede considerarse en verdad, una extensión del trabajo sobre narcisismo que Freud escribiera un año antes”.
La redacción de su fundacional trabajo, estuvo precedida de un interesante intercambio con colegas contemporáneos como Sandor Ferenczy, Lou Andreas Salome, Victor Tausk y Karl Abraham., que aparecen desarrollados en el trabajo “Duelo y Melancolía: la génesis de un texto y un concepto”, de la psicoanalista francesa Martine Lussier. De todos, el aporte de Abraham luce como el más relevante en tanto conecta el estadio oral con los procesos básicos de identificación y adicionalmente, su polémico trabajo sobre la “madre mala”, que aborda el tema de la ambivalencia pulsional hacia el objeto ( Abraham y su descubrimiento de la “Madre Mala”. U May 2003).
Un Modelo de Duelo.
Tradicionalmente, se reconoce en la clínica psiquiátrica, un proceso de duelo como respuesta a las pérdidas significativas, que admite varias fases, aunque estas no necesariamente se sucedan de manera secuencial , ni lineal.
a) Una fase inicial: El impacto psíquico de la pérdida puede producir un estado de perplejidad, donde predomina una negación o una incapacidad de reconocer el hecho acaecido.
b) Una fase de contacto con la realidad de la pérdida, en la que sobrevienen sentimientos de dolor, tristeza, llanto, culpa, vacío y fantasías de correr la misma suerte del fallecido. Se acompaña de alteraciones de los ritmos biológicos de hambre y sueño, dolencias somáticas, apatía sexual, pesimismo, etc.
c) Una fase de recuperación, en la que se van atenuando los síntomas de la fase anterior y se va reinstalando, progresivamente, el interés por el quehacer habitual y el plan personal.
d) Una fase de resolución o conclusión del duelo, en la que se acepta la pérdida, se reconoce lo que sigue indemne y se aplica la líbido (energía o interés vital), a otros objetos.
Del Duelo a la Melancolía.
Duelo y melancolía, o depresión, como modernamente se reconoce a esta última, convergen y se diferencian. Es ese el interés de Freud, discernir las diferencias cualitativas de los dos fenómenos, que tienen el mismo punto de partida y, al principio, apariencias semejantes. El interés principal de Freud es más la comprensión de la depresión, que establecer un modelo de duelo, al que comienza por definir como un afecto normal:
“El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc”.
Para el duelo, define un recorrido psíquico que denomina el trabajo del duelo y supone lo siguiente:
* El examen de la realidad muestra que el objeto amado no existe más.
* Surge una exhortación a quitar la líbido de los enlaces con ese objeto.
* Se opone una renuencia a tal desconexión.
* Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad.
* Este proceso es lento y consume considerable tiempo y energía psíquica.
* Mientras, la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico.
* Una vez completado el trabajo del duelo, el yo se vuelve libre y desinhibido.
La melancolía o depresión, también se inicia como consecuencia de una pérdida significativa y se caracteriza por un estado de tristeza y pesadumbre, pero se reconocen otras perturbaciones.
·Una desazón profundamente dolida.
·Una cancelación del interés por el mundo exterior.
·La pérdida de la capacidad de amar.
·La inhibición de toda productividad.
·Una disminución del sentimiento de sí.
·Autorreproches, que pueden llegar hasta una delirante expectativa de castigo.
Duelo y melancolía, o depresión, como modernamente se reconoce a esta última, convergen y se diferencian. Es ese el interés de Freud, discernir las diferencias cualitativas de los dos fenómenos, que tienen el mismo punto de partida y, al principio, apariencias semejantes. El interés principal de Freud es más la comprensión de la depresión, que establecer un modelo de duelo, al que comienza por definir como un afecto normal:
“El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc”.
Para el duelo, define un recorrido psíquico que denomina el trabajo del duelo y supone lo siguiente:
* El examen de la realidad muestra que el objeto amado no existe más.
* Surge una exhortación a quitar la líbido de los enlaces con ese objeto.
* Se opone una renuencia a tal desconexión.
* Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad.
* Este proceso es lento y consume considerable tiempo y energía psíquica.
* Mientras, la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico.
* Una vez completado el trabajo del duelo, el yo se vuelve libre y desinhibido.
La melancolía o depresión, también se inicia como consecuencia de una pérdida significativa y se caracteriza por un estado de tristeza y pesadumbre, pero se reconocen otras perturbaciones.
·Una desazón profundamente dolida.
·Una cancelación del interés por el mundo exterior.
·La pérdida de la capacidad de amar.
·La inhibición de toda productividad.
·Una disminución del sentimiento de sí.
·Autorreproches, que pueden llegar hasta una delirante expectativa de castigo.
De esta forma, se reconoce un proceso con una apariencia semejante al duelo, pero con una evolución mas severa, en donde ya no es el mundo el que se ha hecho pobre y vacío, sino es el propio yo quien resulta vacío y empobrecido. El melancólico sabe a quien perdió, pero no lo que perdió en él.
El examen de la melancolía le permite a Freud reconocer la existencia de una instancia psíquica de carácter crítico, usualmente conocida como conciencia moral, que posteriormente (1923; El Yo y el Ello), será designada como superyo, completandose con la instancia del ideal del yo, que actúa como referente del estado de bienestar anhelado por el sujeto. En la melancolía, es relevante el cuestionamiento moral que se aplica al propio yo.
El análisis de las autodenigraciones del melancólico llevan a Freud, a reconocer que estas se adecuan, más que al propio doliente, hacia una persona amada: “sus quejas son realmente querellas”.
Para que se verifique este enigmático y sufrido escenario, se requiere una previa relación con el objeto, fundada sobre una fuerte modalidad de elección de objeto narcisista, es decir, un vínculo de carácter imperioso y de esencial soporte para el sujeto. La pérdida de ese objeto no puede ser tolerada y resignada, sino que propicia una identificación con ese objeto, que es incorporado al yo, y luego se le reclama la afrenta del abandono y el desengaño. Acá viene a cuento la celebre afirmación de Freud: “La sombra del objeto recae sobre el yo”.
En este escenario tiene amplia pertinencia la teoría kleiniana de la relación de objetos, que supone una dialéctica con objetos internalizados, que se organiza en los términos conflictivos, agresivos y persecutorios de la posición esquizoparanoide, caracterizada por una gran ambivalencia hacia un objeto disociado entre el amor y el odio, hasta dar paso a un estadio de mayor tolerancia en integración, en la llamada posición depresiva, en la medida que tienen éxito los mecanismos reparatorios que sanan, por así decir, los daños causados en fantasía al objeto necesitado, recuperando la bondad del mismo y la del sujeto.
En algunos casos, el estado depresivo se estanca en denigraciones a si mismo, en una atmósfera de crudo sufrimiento, que por vía del rodeo de la autopunición, castiga a los personajes objeto de la ambivalencia, sin tener que mostrar la hostilidad directamente. Esta operación inconciente es la que nos explica la enigmática y a veces obstinada inclinación al suicidio de muchos depresivos. Se podría afirmar que el propósito de suicidio estuvo precedido de una intención de destruir a otro.
Escapando del Duelo.
Un cierto grupo de pacientes depresivos presentan una tendencia a convertirse en lo contrario, que es lo que conocemos como estados maniacos. Esto ha dado lugar a considerar la existencia de un cuadro clínico fundamentado en una alteración de los neurotransmisores que participan en la regulación del humor, de base orgánica, conocido como psicosis maniaco depresiva o enfermedad bipolar. No es el lugar para discutir la etiología de estos estados, pero si afirmamos, que el psicoanalista no abandona su propósito de investigar la génesis de estos cuadros y podemos decir, que difícilmente exista un cuadro depresivo que no esté articulado a una situación de pérdida grave, aunque esta no sea del todo contingente y coincidente con la crisis sintomática.
Encontramos, que los estados maniacos se desarrollan sobre los mismos contenidos de la depresión y que tienen el sentido, de una suerte de sobre reacción que pretende anular la falta y su correlato emocional. La manía es la contrafigura de la depresión, que proclama un triunfo y una pretendida condición de energía, júbilo y omnipotencia, con lo cual el sujeto se desconecta y niega el dolor y las carencias.
La discusión sobre la etiología es una cosa, y la acción terapéutica es otra distinta. Un analista se ocupará de ayudar a la elaboración de las pérdidas y a desmontar la impostura de la euforia, a través del instrumento de la palabra y la interpretación. Sin embargo, sería otro acto de omnipotencia rechazar el arsenal psicofarmacológico que indiscutiblemente alivia estos extremos emocionales, favoreciendo el proceso de elaboración.
Los excelentes antidepresivos y antipsicóticos que ha desarrollado la industria farmacéutica, pueden ser un válido y útil recurso, pero debemos advertir sobre el riesgo de una velada iatrogenia a la que puede llevar el abuso de los mismos. En la medida en que su fuerte efecto regulador o elevador del humor se desarrolla, se corre el riesgo de forzar un estado anímico de bienestar, que rompa la articulación emocional y cognitiva con los procesos de reacomodo psicológico que se operan en el mundo interno, propiciando una detención del proceso de duelo, que puede entonces quedar “encapsulado” y a la espera de una próxima reactivación, que los muy organicistas calificarán de recaída, pero que corresponde mas a un duelo intermitente, es decir, una suerte de sub-cronicidad.
El examen de la melancolía le permite a Freud reconocer la existencia de una instancia psíquica de carácter crítico, usualmente conocida como conciencia moral, que posteriormente (1923; El Yo y el Ello), será designada como superyo, completandose con la instancia del ideal del yo, que actúa como referente del estado de bienestar anhelado por el sujeto. En la melancolía, es relevante el cuestionamiento moral que se aplica al propio yo.
El análisis de las autodenigraciones del melancólico llevan a Freud, a reconocer que estas se adecuan, más que al propio doliente, hacia una persona amada: “sus quejas son realmente querellas”.
Para que se verifique este enigmático y sufrido escenario, se requiere una previa relación con el objeto, fundada sobre una fuerte modalidad de elección de objeto narcisista, es decir, un vínculo de carácter imperioso y de esencial soporte para el sujeto. La pérdida de ese objeto no puede ser tolerada y resignada, sino que propicia una identificación con ese objeto, que es incorporado al yo, y luego se le reclama la afrenta del abandono y el desengaño. Acá viene a cuento la celebre afirmación de Freud: “La sombra del objeto recae sobre el yo”.
En este escenario tiene amplia pertinencia la teoría kleiniana de la relación de objetos, que supone una dialéctica con objetos internalizados, que se organiza en los términos conflictivos, agresivos y persecutorios de la posición esquizoparanoide, caracterizada por una gran ambivalencia hacia un objeto disociado entre el amor y el odio, hasta dar paso a un estadio de mayor tolerancia en integración, en la llamada posición depresiva, en la medida que tienen éxito los mecanismos reparatorios que sanan, por así decir, los daños causados en fantasía al objeto necesitado, recuperando la bondad del mismo y la del sujeto.
En algunos casos, el estado depresivo se estanca en denigraciones a si mismo, en una atmósfera de crudo sufrimiento, que por vía del rodeo de la autopunición, castiga a los personajes objeto de la ambivalencia, sin tener que mostrar la hostilidad directamente. Esta operación inconciente es la que nos explica la enigmática y a veces obstinada inclinación al suicidio de muchos depresivos. Se podría afirmar que el propósito de suicidio estuvo precedido de una intención de destruir a otro.
Escapando del Duelo.
Un cierto grupo de pacientes depresivos presentan una tendencia a convertirse en lo contrario, que es lo que conocemos como estados maniacos. Esto ha dado lugar a considerar la existencia de un cuadro clínico fundamentado en una alteración de los neurotransmisores que participan en la regulación del humor, de base orgánica, conocido como psicosis maniaco depresiva o enfermedad bipolar. No es el lugar para discutir la etiología de estos estados, pero si afirmamos, que el psicoanalista no abandona su propósito de investigar la génesis de estos cuadros y podemos decir, que difícilmente exista un cuadro depresivo que no esté articulado a una situación de pérdida grave, aunque esta no sea del todo contingente y coincidente con la crisis sintomática.
Encontramos, que los estados maniacos se desarrollan sobre los mismos contenidos de la depresión y que tienen el sentido, de una suerte de sobre reacción que pretende anular la falta y su correlato emocional. La manía es la contrafigura de la depresión, que proclama un triunfo y una pretendida condición de energía, júbilo y omnipotencia, con lo cual el sujeto se desconecta y niega el dolor y las carencias.
La discusión sobre la etiología es una cosa, y la acción terapéutica es otra distinta. Un analista se ocupará de ayudar a la elaboración de las pérdidas y a desmontar la impostura de la euforia, a través del instrumento de la palabra y la interpretación. Sin embargo, sería otro acto de omnipotencia rechazar el arsenal psicofarmacológico que indiscutiblemente alivia estos extremos emocionales, favoreciendo el proceso de elaboración.
Los excelentes antidepresivos y antipsicóticos que ha desarrollado la industria farmacéutica, pueden ser un válido y útil recurso, pero debemos advertir sobre el riesgo de una velada iatrogenia a la que puede llevar el abuso de los mismos. En la medida en que su fuerte efecto regulador o elevador del humor se desarrolla, se corre el riesgo de forzar un estado anímico de bienestar, que rompa la articulación emocional y cognitiva con los procesos de reacomodo psicológico que se operan en el mundo interno, propiciando una detención del proceso de duelo, que puede entonces quedar “encapsulado” y a la espera de una próxima reactivación, que los muy organicistas calificarán de recaída, pero que corresponde mas a un duelo intermitente, es decir, una suerte de sub-cronicidad.
Bibliografía
. CHASSEGET-SMIRGEL, J. (1975). “El Ideal del Yo”. Edit. Amorrortu. Buenos Aires. 1991.
. FREUD, S. (1917).”Duelo y Melancolía. Obras Completas. Edit. Amorrortu. Buenos Aires. 1989.
. LAGOS, R. (2002). “Notas sobre el Duelo”.Trópicos. Revista de Psicoanálisis. Año VII, vol. 2. Fondo Editorial Sociedad Psicoanalítica de Caracas. Caracas. 2002.
. LUSSIER, M. (2002). “Duelo y Melancolía: la génesis de un texto y de un concepto”. Libro Anual de Psicoanálisis XVI. Editora Escuta Ltda.. Sao Paulo.2002.
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